El hilo invisible
Nunca me voy del todo, siempre permanezco cerca, como los extintores en los centros comerciales atestados de gente y con el aire acondicionado funcionando a máxima potencia. Sencillamente no puedo alejarme lo suficiente de ella como para considerarte un punto más en el universo, tal vez porque es una especie de sol infinito y extraño en torno al cual las órbitas se hacen cada vez más reducidas. Y también se acortan las distancias temporales, sin dejar de pensarla y de dibujarla si no está, para empezar a echarla de menos cuando aún no se ha marchado (¿cómo lo hace?). Pequeños fragmentos que si se colocan en el orden adecuado forman un hilo invisible; ese hilo que une las yemas de mis dedos con el valle de su clavícula derecha. Por eso nunca puedo irme del todo.
Las historias sólo mantienen el pulso que nosotros queramos marcar, a pesar de todas las fuerzas que nos empujan en el sentido contrario. Hay un componente de lucha, de volver a levantarse tras hincar las rodillas en el barro. Sin ese aspecto todo tiene fecha de caducidad, y sin duda eso es lo peor que le puede pasar a un corazón. No reserves una bola extra para cuando lleguen las noches de invierno; arriesga cada soplo de aire para alcanzar la orilla. Y que cada palabra que pronuncies se vuelva en tu contra como la lluvia, para que seas plenamente consciente de que este viaje verdaderamente merece la pena.
Las historias sólo mantienen el pulso que nosotros queramos marcar, a pesar de todas las fuerzas que nos empujan en el sentido contrario. Hay un componente de lucha, de volver a levantarse tras hincar las rodillas en el barro. Sin ese aspecto todo tiene fecha de caducidad, y sin duda eso es lo peor que le puede pasar a un corazón. No reserves una bola extra para cuando lleguen las noches de invierno; arriesga cada soplo de aire para alcanzar la orilla. Y que cada palabra que pronuncies se vuelva en tu contra como la lluvia, para que seas plenamente consciente de que este viaje verdaderamente merece la pena.
