Una historia de amor
París, 1662. El caballero de Chamilly era un galán en su época, y como tal, había enamorado a María Alcofano, alardeando de su conquista. Recibió cinco cartas de esta. Las cuatro primeras llenas de amor e ilusiones; la última plena de desengaño y anunciando la ruptura.
Lo que para el caballero de Chamilly fue sólo una aventura, para Maria Alcofano fue el amor de su vida:
"Perdieron mis ojos en los tuyos la única luz que los animaba. Hoy sólo les quedan lágrimas, y no les doy otro empleo que el de llorar, desde que supe que te resolvías a una separación, para mí tan insoportable, que pronto me llevará a la muerte... Y, con todo, me parece que tengo un no sé qué de enamorado apego a las tristezas de que tú solo eres causa. Te consagré la vida, desde que en ti se posaron mis ojos, y siento en sacrificártela un místico placer."
María había conocido la pasión de amar. Al despedirse, Chamilly le prometió que volvería y la llevaría con él. La emoción de la promesa produjo que casi se desmayase de la felicidad.
"Con harta pesadumbre volví en mi. Era mi dicha, sentí que moría de amor y, finalmente, me hallaba bien viendo cómo cesaba de flagelarme el dolor de tu ausencia... ¿Podría satisfacerte una pasión menos ardiente que la mía? Tal vez encontrarás a otra más hermosa -y, con todo, me decías en otros días que yo era bonita-, pero no hallarás nunca tanto amor, y lo demás es nada..."
Por supuesto, Chamilly no volvió a por María. "Tu honra te obliga a dejarme. ¿Pensé yo en la mía? ... ¡Qué ventura la mía y hubiésemos pasado la vida juntos...! Odio todo lo que estoy obligada a ver y hacer. Tan celosa me siento de mi pasión, que me parece que todos mis actos, todas mis obligaciones, te pertenecen. Sí, tengo escrúpulos de no entregar en ti todos los momentos de mi vida."
Tal pasión se conjuga con una sumisión al amor que sólo pueden conocer aquellos que aman o han amado. "Me queda un resto de esperanza, y si no ha de servirme preferiría perderla por completo y yo con ella... Siento una devoción total por todo cuanto me concierne. No me dejo a mi misma ningún albedrío. Momentos hay en que me figuro que sería capaz de servir sumisamente a quien tú amaras ... Dentro de pocos días hará un año que me entregué a ti sin titubeos, transida de emoción... Ya no me atrevo ni a pedirte que me ames."
Poco a poco va dándose cuenta de la realidad de las cosas: "No considerabas mi pasión sino como una victoria, y tu corazón jamás se conmovió con ella... Se es infinitamente más felizy se siente algo inmenso entregándose violentamente a los furores de la pasión, que dejándose amar... Y, sin embargo, siento implacablemente que mis remordimientos no son sinceros; que desde el fondo del alma quisiera haber afrontado por tu amor mayores peligros... Estimos mucho más ser desventurada amándote que feliz sin haberte llegado a conocer."
Pocas veces se habrá expresado sobre el papel un amor tan apasionado. "Hubiera sido menester que en aquellos momentos de suprema felicidad acudiese yo a la razon, para modelar los excesos de mi deleite y para poder anticiparte a los padecimientos actuales. Pero me entregaba toda a ti, amor mío, y no podía detenerme a pensar en cuanto había de ser más tarde la ponzoña de mi entendimiento. ¿Es que había algo que pudiera interrumpir el placer con que yo gozaba las ardorosas muestras de pasión? Era demasiado fuerte la embriaguez que me poseía al sentirte a mi lado, para pensar que algún día te separarías de mi... Prefiero olvidarte a sufrir más aún ... Soy más feliz que tú porque amo mi propio amor."
Tras esta carta, la cuarta de las cinco, María razona y se da cuenta que su amor imposible ha terminado. Sufrir mientras se amacontiene en sí el germen del placer, pero desaparecido el amor queda sólo la amargura del desengaño. Dice lord Byron que la felicidad pasada es pasada, pero que el dolor pasado es dolor todavía. María manda una última carta a Chamilly. En ella el tú cariñoso de las cuatro primeras se transforma en un frío usted:
"Le amé neciamente. Por usted lo desprecié todo y de todo prescindí ... Excesivamente ingenua, le revelé por hechos y de palabra mi arrolladora pasión, olvidando que para hacerse amar es preciso fingir y buscar astutamente los medios de enardecer. El amor por sí no engendra amor."
Y así termina esta historia de amor. ¿Se puede morir de amor? Tal vez, pero lo cierto es que María Alcoforado vivió hasta los ochenta y tres años. Se puede vivir sin conocer el amor y se puede morir por exceso de pasión, pero lo cierto es que la vida sin amor no vale la pena de ser vivida.
Lo que para el caballero de Chamilly fue sólo una aventura, para Maria Alcofano fue el amor de su vida:
"Perdieron mis ojos en los tuyos la única luz que los animaba. Hoy sólo les quedan lágrimas, y no les doy otro empleo que el de llorar, desde que supe que te resolvías a una separación, para mí tan insoportable, que pronto me llevará a la muerte... Y, con todo, me parece que tengo un no sé qué de enamorado apego a las tristezas de que tú solo eres causa. Te consagré la vida, desde que en ti se posaron mis ojos, y siento en sacrificártela un místico placer."
María había conocido la pasión de amar. Al despedirse, Chamilly le prometió que volvería y la llevaría con él. La emoción de la promesa produjo que casi se desmayase de la felicidad.
"Con harta pesadumbre volví en mi. Era mi dicha, sentí que moría de amor y, finalmente, me hallaba bien viendo cómo cesaba de flagelarme el dolor de tu ausencia... ¿Podría satisfacerte una pasión menos ardiente que la mía? Tal vez encontrarás a otra más hermosa -y, con todo, me decías en otros días que yo era bonita-, pero no hallarás nunca tanto amor, y lo demás es nada..."
Por supuesto, Chamilly no volvió a por María. "Tu honra te obliga a dejarme. ¿Pensé yo en la mía? ... ¡Qué ventura la mía y hubiésemos pasado la vida juntos...! Odio todo lo que estoy obligada a ver y hacer. Tan celosa me siento de mi pasión, que me parece que todos mis actos, todas mis obligaciones, te pertenecen. Sí, tengo escrúpulos de no entregar en ti todos los momentos de mi vida."
Tal pasión se conjuga con una sumisión al amor que sólo pueden conocer aquellos que aman o han amado. "Me queda un resto de esperanza, y si no ha de servirme preferiría perderla por completo y yo con ella... Siento una devoción total por todo cuanto me concierne. No me dejo a mi misma ningún albedrío. Momentos hay en que me figuro que sería capaz de servir sumisamente a quien tú amaras ... Dentro de pocos días hará un año que me entregué a ti sin titubeos, transida de emoción... Ya no me atrevo ni a pedirte que me ames."
Poco a poco va dándose cuenta de la realidad de las cosas: "No considerabas mi pasión sino como una victoria, y tu corazón jamás se conmovió con ella... Se es infinitamente más felizy se siente algo inmenso entregándose violentamente a los furores de la pasión, que dejándose amar... Y, sin embargo, siento implacablemente que mis remordimientos no son sinceros; que desde el fondo del alma quisiera haber afrontado por tu amor mayores peligros... Estimos mucho más ser desventurada amándote que feliz sin haberte llegado a conocer."
Pocas veces se habrá expresado sobre el papel un amor tan apasionado. "Hubiera sido menester que en aquellos momentos de suprema felicidad acudiese yo a la razon, para modelar los excesos de mi deleite y para poder anticiparte a los padecimientos actuales. Pero me entregaba toda a ti, amor mío, y no podía detenerme a pensar en cuanto había de ser más tarde la ponzoña de mi entendimiento. ¿Es que había algo que pudiera interrumpir el placer con que yo gozaba las ardorosas muestras de pasión? Era demasiado fuerte la embriaguez que me poseía al sentirte a mi lado, para pensar que algún día te separarías de mi... Prefiero olvidarte a sufrir más aún ... Soy más feliz que tú porque amo mi propio amor."
Tras esta carta, la cuarta de las cinco, María razona y se da cuenta que su amor imposible ha terminado. Sufrir mientras se amacontiene en sí el germen del placer, pero desaparecido el amor queda sólo la amargura del desengaño. Dice lord Byron que la felicidad pasada es pasada, pero que el dolor pasado es dolor todavía. María manda una última carta a Chamilly. En ella el tú cariñoso de las cuatro primeras se transforma en un frío usted:
"Le amé neciamente. Por usted lo desprecié todo y de todo prescindí ... Excesivamente ingenua, le revelé por hechos y de palabra mi arrolladora pasión, olvidando que para hacerse amar es preciso fingir y buscar astutamente los medios de enardecer. El amor por sí no engendra amor."
Y así termina esta historia de amor. ¿Se puede morir de amor? Tal vez, pero lo cierto es que María Alcoforado vivió hasta los ochenta y tres años. Se puede vivir sin conocer el amor y se puede morir por exceso de pasión, pero lo cierto es que la vida sin amor no vale la pena de ser vivida.
